Y los ángeles -benditos sean ellos- lo acompañaron y nos acompañaron, anoche, en el Gran Rex. Ahí estuvimos viendo a ese hombrecito de 70 años, delgado, con sombrero de ala ancha, traje con detalles de lentejuelas y pinta de arlequín, cantar sus canciones de siempre y de ahora.
Justo en este 2012 en el que se cumplen 50 años (sí, cincuenta) de la grabación de su primer disco, aquí lo tuvimos a Bob Dylan una vez más. Fue nuestra primera vez. Ahora le voy a poder contar a mis nietos que vi al Trovador arriba de un escenario, en mi Buenos Aires querido.
Su show es una pasada de la mejor Americana que uno pueda imaginar: mucho blues, mucho humo, algunas baladas, todo apoyado y construido con sabiduría y sobriedad por esa inmensa banda de Saloon que tiene Bob detrás, con George Receli en batería, Tony Garnier en bajo, Donnie Herron y Stu Kimball en guitarras, sumados al gran Charlie Sexton, tambíén en guitarras. Unos The Band levemente más modernos, para una música que, en realidad, no tiene tiempo.
Y es como dicen, nomás: el viejo Bob deconstruye y deforma sus propias canciones (tal como él mismo describe en el "Crónicas vol. 1") hasta hacerlas irreconocibles. Además de cambiar el setlist de noche a noche, sustancialmente. Flaquito y elegante, se mueve en el escenario apenas para ir del micrófono al órgano Korg, que acarició varias veces a lo largo del show.
Los Dylanólogos habrán detectado más temas, además de "Tangled up in blue", "It ain´t me babe", "Highway 61 revisited", "Leopard-Skin Pill-Box Hat", "Ballad of a thin man", "Love sick" y mucho de sus últimos discos ("Together through life" entre ellos) con Mississippi y el Delta Blues como horizonte. Antes de los bises, un par para calentar del todo a un público que lo ovacionó de principio a fin, con "Like a rolling stone" y "All along the watchtower".
Eso fue lo único parecido a una concesión, un favorcito, de un hombre que vino, tocó sus canciones y, como vino, se bajó del escenario. Apenas unas pocas palabras para presentar a sus muchachos. Nada de videos, ni de parafernalia. Como dijo otro grande, Talk is cheap. Que las canciones hablen por sí mismas, Bob.
Justo en este 2012 en el que se cumplen 50 años (sí, cincuenta) de la grabación de su primer disco, aquí lo tuvimos a Bob Dylan una vez más. Fue nuestra primera vez. Ahora le voy a poder contar a mis nietos que vi al Trovador arriba de un escenario, en mi Buenos Aires querido.
Su show es una pasada de la mejor Americana que uno pueda imaginar: mucho blues, mucho humo, algunas baladas, todo apoyado y construido con sabiduría y sobriedad por esa inmensa banda de Saloon que tiene Bob detrás, con George Receli en batería, Tony Garnier en bajo, Donnie Herron y Stu Kimball en guitarras, sumados al gran Charlie Sexton, tambíén en guitarras. Unos The Band levemente más modernos, para una música que, en realidad, no tiene tiempo.
Y es como dicen, nomás: el viejo Bob deconstruye y deforma sus propias canciones (tal como él mismo describe en el "Crónicas vol. 1") hasta hacerlas irreconocibles. Además de cambiar el setlist de noche a noche, sustancialmente. Flaquito y elegante, se mueve en el escenario apenas para ir del micrófono al órgano Korg, que acarició varias veces a lo largo del show.
Los Dylanólogos habrán detectado más temas, además de "Tangled up in blue", "It ain´t me babe", "Highway 61 revisited", "Leopard-Skin Pill-Box Hat", "Ballad of a thin man", "Love sick" y mucho de sus últimos discos ("Together through life" entre ellos) con Mississippi y el Delta Blues como horizonte. Antes de los bises, un par para calentar del todo a un público que lo ovacionó de principio a fin, con "Like a rolling stone" y "All along the watchtower".
Eso fue lo único parecido a una concesión, un favorcito, de un hombre que vino, tocó sus canciones y, como vino, se bajó del escenario. Apenas unas pocas palabras para presentar a sus muchachos. Nada de videos, ni de parafernalia. Como dijo otro grande, Talk is cheap. Que las canciones hablen por sí mismas, Bob.