Por Sebastián Adúriz
Del mismo modo que el blues de Chicago tiene su pub de Buddy Guy y el jazz de New York su sótano en Blue Note, es posible que Buenos Aires esté constituyendo un espacio parecido para el rock nacional, el otro género que la identifica junto con el tango.
El viernes 2 de marzo tuve esa sensación cuando fui a escuchar a
Javier Martínez, el baterista de
Manal, la banda pionera de esa versión argentina de R&B parecida a Cream. Martínez tocó en la
Perla del Once, la pizzería legendaria
donde solían reunirse los pioneros del rock nacional.
Para quienes no lo saben –pienso sobre todo en los lectores de
Ultravívido del otro lado del océano- la
Perla es lo que acá se conoce como una pizzería de gallegos (sí, la
comida italiana en Buenos Aires puede ser cosa de españoles). Además de pizza, en estos locales, amplios y luminosos, generalmente localizados en esquinas, hay mozos de saco negro o bordó, menús forrados en cuero, cervezas en botellas servidas con platos de maníes.
Salvo un par de excepciones céntricas y a diferencia de lo que sucede en otros lados del mundo, el mostrador es de metal o fórmica y suele apilar platos en lugar de comensales. Y una cosa más: en las pizzerías de gallegos no hay música; hay televisores pegados a la pared clavados en canales deportivos o de noticias. Los porteños las usamos a toda hora y muchas veces para salidas casuales del fin de semana.
En la Perla, entonces, desde hace más de un año según me enteré, todos los fines de semana vienen teniendo lugar presentaciones roqueras. Que yo sepa no hay antecedentes que estas dos potencias de la porteñidad– el rock nacional y la pizzería- hayan comulgado de un modo tan estrecho.
Hard rock pizza
En el caso del recital de Javier Martínez la mezcla funcionó de mil maravillas. Frente a un público heterogéneo (roqueros de morral, sesentones con pinta de ex hippies o de oficinistas, veinteañeros detrás de la leyenda) agrupado en mesas de Stellas y grandes de jamón, el baterista ofreció un show intenso, ejecutado con solvencia y, en muchos momentos, emocionante.
Al frente de un trío integrado por el guitarrista Maxi DelliCarpini y el bajista Hector Actis, Martínez hizo una recorrida por su repertorio y versionó temas de Manal y de su etapa solista. Todas las canciones sonaron frescas, tanto porque estaban revisitadas –la versión de "No Pibe" levemente acelerada y funkeada paga por sí sola la entrada- o porque sencillamente estaban tocadas y cantadas con ganas. De hecho, en algún momento de la noche, Javier hizo mención a la satisfacción que sentía por lo que denominó esta etapa de su carrera.
Se notó. Temas clásicos como
"Avenida Rivadavia",
"Avellaneda Blues",
"Una casa con diez pinos" – la más pedida de la noche- y otros más recientes como
"Corrientes" o
"Sol del Sur" se revelaron en plenitud expresiva en la voz ronca y grave de Javier, todavía capaz de alcanzar, para arriba y para abajo, registros notables.
Y también hubo lugar, hablando de su voz, para alguno que otro parlamento de esos que inevitablemente están asociados a las apariciones de Martínez. Entre tema y tema abundaron explicaciones sobre el efecto de la endorfina en las personas, citas de Goethe o Mirtha Legrand –“lo único verdadero es el artista y su público”-, y algún enojo mal masticado sobre, por ejemplo, las figuras que formaron parte del Bicentenario. Nada que haya empañado el disfrute de escuchar en vivo uno de los mejores repertorios del rock sudamericano.
Un repertorio que configura un estilo en sí mismo y que, a mi modo de ver, se lo asocia excesivamente con el blues. Hay blues, sí. Pero también está el soul áspero de Memphis y más al sur, el R&B de los años sesenta, el rock duro, y, por supuesto, el tango, que hasta tuvo presencia en una versión swingeada de "Por la Vuelta". Todo mezclado a la argentina.
En rigor, me sentí afortunado de haber estado ahí para disfrutar la combinación y ser parte de la experiencia. Una experiencia que, insisto, en ese entorno, resultó inesperadamente representativa de la ciudad de Buenos Aires. Que siga habiendo hard rock pizza, entonces.
Hagan la prueba. Martínez tiene fecha para tocar el próximo 30 de marzo. Búsquense un par de amigos y acomódense temprano en una de las mesas con la cerveza, los maníes y la fugazeta. Difícil que la ciudad de detrás de las ventanas del local - con su basura mal recogida y sus personajes deambulando- tenga a alguien mejor que Martínez para que la describa y la celebre, así como es.
Coda
El show tuvo un momento intensísimo cuando Pajarito Zaguri subió como invitado al escenario. De jogging y remera roja, con la voz enronquecida, entonó salvajemente las estrofas de "Natural", de Tanguito. A mitad del tema se bajó del escenario con ganas de irse y Martínez, después de tocar un par de estrofas sin su presencia, lo volvió a convocar:
—Dale, Pájaro, volvé— Zaguri obedeció, repitió las estrofas y se fue.
A los pocos días, lo encontré del modo más casual caminando, con el mismo jogging, por las Av. Maipú de Olivos. Lo paré y lo felicité por su actuación del viernes anterior. Ah, bueno, gracias me contestó y siguió caminando. Cosas que, misteriosamente, pasan.